miércoles, 6 de abril de 2011

UN ÚNICO ACTO... (Recuperado y redescubierto)







Se levanta el telón. El escenario está apenas iluminado, tan sólo una finísima y brillante línea vertical cae en picado hasta aterrizar sobre su pelo. Otorga a sus rasgos un aspecto fantasmal. Destacan las manos pálidas y temblorosas. Sus ojos miran al vacío. Cuando comienza a hablar, el sonido de sus palabras se dirige justo hacia allí, a la negrura.



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MUJER:

Siempre lo supiste todo, durante dos años fuiste consciente de cada una de mis penas, de mis escasas alegrías, de cientos de desvelos. Y no me ayudaste jamás. Ni tan siquiera una insignificante mueca de complicidad, ni una triste palmadita en la espalda, nada. Cada mañana te limitaste a asentir si yo lo hacía y a negar también. Cada día nefasto contemplabas impasible mis lágrimas. Nunca obtuve de ti la más mínima señal de ayuda; tanto como te necesitaba. ¿Cómo pudiste ser testigo mudo de mi agonía? ¿Tampoco esta vez vas a pedirme perdón?

Tal vez toda la culpa sea mía por confiar en ti. Pensé que si me seguías incondicionalmente, eras mi amiga. Creí, erróneamente, que me querías tanto como yo a ti, que el nuestro era un sentimiento de mutua dependencia. Que el tuyo era un acto de amistad sincera al fin y al cabo. ¡Me equivoqué! ¡De todas, todas! Ahora, ya, comprendo que nunca debí entregarte mi alma; tendría que haber separado nuestros caminos a tiempo. Aunque nunca es tarde y este es el día elegido. ¿No te parece un momento perfecto?

Ha sido duro, muy duro, descubrir que eres una traidora infame. Dentro de mis tripas aún quedan resquicios de sabor amargo; se retuercen y me devoran por dentro, luego suben a mi garganta y me obligan a escupir mi dolor en forma de aullidos. Tú los oías, los sentías retumbar en tus tímpanos y aún así no hacías nada para calmarme, ni si quiera me aliviabas con un mísero beso. Eres la compañera más cruel de este mundo, la más oscura. ¿Lo sabes?

Debería indignarte, has vivido conmigo cada terapia, cada cabello que quedaba muerto en mi peine y se desprendía sin piedad podría haberte pertenecido; incluso me ayudaste a elegir un pañuelo para cubrir mi desnuda cabeza el día que perdí el último mechón. Parecía que lo escogías para ti misma, pero en estos momentos ya no creo que fuese así. Más bien pienso que lo hacías para confundirme. Sí. Me hiciste creer que estabas ahí, a mi lado, pero era puro cuento. Sin compromiso auténtico.

El fatídico día en que me arrebataron mi dulce pecho izquierdo, aquel que tantas veces acariciamos juntas para descubrir los latidos de mi corazón, fue como si lo hubieras perdido tú. Y aquella noche, ¿la recuerdas? La comida no conseguía entrar a mi estómago y hasta me pareció que a ti también te daban arcadas. Después, la madrugada, la pasamos en vela sin conseguir que se me despertaran las manos. Ahí casi pude sentir que me masajeabas dulcemente con las yemas de tus dedos. No puedo derramar ni una lágrima más. No quiero. ¡No!


Ya no soporto ni un pedazo más de tu compasión. No la necesito. Actúes como actúes pienso luchar. Voy a abandonarte de una vez, ya lo verás, conseguiré echarte de mí para siempre. Encontraré una amiga de verdad, dulce, distinta. Tú llevas a mi lado toda la vida, me cobijé en tus brazos larguísimos con una fe ciega. Porque cuando me abatía la tristeza eras la única a la que sentía próxima. Porque incluso a mi familia olvidé por tus fríos labios de hielo. Y recibí a cambio tu absoluta indiferencia.

Es tu final. Bañada por esta luz que te empequeñece, situándote justo bajo mis pies, donde te estoy aplastando sin piedad. La misma que ilumina mi melena radiante y nueva, crecida poco tiempo después de concluir mi agonizante tratamiento. Quiero que la veas brillar, para que te horrorices al pensar que de la tuya jamás surgirá destello alguno, pues hoy verdaderamente distingo que estás condenada a lo oscuro. Mi tortura ha terminado, de momento, y este haz de luz es el símbolo de mi renovada esperanza. A partir de ya, voy a ignorarte. ¡Maldita! Sentirás tú misma el terror, ahora, en tu carne negra. Te condeno al olvido, da igual que me persigas de nuevo, que me acompañes día y noche. Te haré desaparecer a mi antojo con sólo un gesto, apagar esta preciosa luz, para que te encuentres perdida. Y ya no serás nadie. ¡Morirás!

Termina nuestro eterno idilio. La fuerza y la lucha son mis nuevas amigas. ¡Horrible sombra vestida de oscuridad! Amante de hielo. Silueta perfecta de mí misma. Debes saber que puedo vivir sin ti. Que soy capaz de hacerte pedazos. En un único acto.


SOMBRA:

Silencio



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El escenario queda a oscuras. Se baja el telón.

2 comentarios:

  1. Un lujo tu prosa Ana, tantas veces el peor enemigo de uno mismo es su propia sombra.

    Abrazos amiga.

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