domingo, 3 de abril de 2011

Recuperando letras pasadas...





VIDAS DE PAPEL…




Seguramente uno debiera tomar conciencia de quien es en realidad,
encontrar el claro motivo de su existencia y saber reconocer sus limitaciones mientras la vida corre en su contra.

Y yo lo he intentado cada día sin éxito.

Me han superado los hechos e involuntariamente he atrapado vivencias ajenas convirtiéndolas en propias, disfrutándolas o sufriéndolas como un mero espectador.

Y es así como voy a intentar contártelas, sin juzgar los hechos.


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Primera,

Susana sube al ascensor mientras todavía siente en su boca el sabor amargo de la despedida. Son las dos de la madrugada y sabe que no volverá a verle jamás, no quiere que sus padres la vean llorar ni mucho menos que se enteren de la hora de su llegada, así que contiene el aliento y se quita las botas. Millones de minúsculos granitos de arena caen al suelo del rellano esparciendo cada recuerdo allí donde pasará desapercibido a los ojos de los demás. Entra en su casa de puntillas, con el sigilo de un felino. Se dirige al cuarto de baño, todo sigue tranquilo, nadie la ha oído. Del armario saca un frasco color miel cuyo contenido conoce desde hace mucho, con la ayuda de un poco de agua comienza a tragar una tras otra las pastillas hasta que no queda ni una. Cierra los ojos, se sienta sobre el borde de la bañera y saca de su bolsillo la foto de Carlos, quizás con un poco de suerte el dolor que le produce aquel rostro desaparecerá para siempre. A los pocos minutos nota como sus músculos se adormecen, no teme, tan sólo espera. Y es entonces cuando todo se oscurece cayendo en un sueño eterno, no puede ya pensar, se ha marchado. En el suelo descansa una foto y un billete de veinte con un número escrito.



Segunda,

Marquitos vuelve a su cama, mamá ha intentado calmarle una de sus pesadillas contándole un cuento de príncipes valientes pero no es suficiente para que llegue el sueño. Da vueltas entre las sábanas intentando que no se difumine el recuerdo del aroma de mamá,, sin moverse demasiado deprisa. A sus diez años sufre de terrores nocturnos, le asaltan con una realidad aterradora. Casi podría jurar que los ha vivido si no fuera porque mami siempre le convence de lo contrario. Intenta tranquilizarse y pensar en algo bello arrastrándolo con cuidado hasta su descanso. Sabe que los pensamientos hermosos son tan frágiles que pueden romperse al mínimo descuido. Que a veces la realidad se ocupa de flagelar cada rincón del cuerpo haciendo que brote el dolor, por eso se ha convertido en un niño precavido. Cada noche ocupa mucho tiempo antes de dormir en atrapar cosas buenas para soñarlas. Esta vez se siente más intranquilo que nunca, sospecha el motivo, volverá a recibir esa visita asquerosa, aunque mamá no le crea. Aprieta fuertemente sus párpados, pero es inútil. En el instante en que se deja vencer por el cansancio, se abre la puerta de su cuarto muy despacio. Alguien deja la cartera y la ropa en la silla, sobresale un billete arrugado.



Tercera,

Samara guarda los veinte euros rápidamente en su bolso, siempre cobra por adelantado. Sabe por experiencia que nadie es de fiar y aunque esta es una buena noche, ha aprendido a cobijar el recelo como su amigo inseparable de trabajo. El servicio será rápido, lo de siempre. Urgencia de carne y apretones de alma. Nada nuevo. Experta en el arte del engaño esconde el preservativo en su sujetador, casi nunca se lo quita, le basta con bajarse los tirantes, no hay tiempo de mucho más. Es entonces cuando empieza a escuchar las palabras malsonantes que en los primeros días le hacían tanto daño, las ignora recordando su canción favorita mientras el olor a sudor le provoca un asqueroso sentimiento. Así que intenta aislarse galopando sin destino fijo, tan sólo conservando el ritmo frenético requerido para la ocasión. Cierra los ojos y sigue cantando mentalmente. Procura mantener el compás levantando mucho la cabeza para no acercarse a ese aliento fétido que la marea. El tema concluye antes de lo que esperaba, baja veloz del coche y respira grandes bocanadas de aire fresco. De pronto la sorprenden las lágrimas surcando su cara, pero las enjuga cuando otro vehículo desesperado frena bruscamente ante su cuerpo mientras una voz anónima pregunta, ¿cuánto?



Cuarta,

Rafael y sus ochenta años de vida ajetreada reposan sobre la cama de un hospital, a su alrededor toda su familia le mira formando un círculo protector. Todos callan, meditan y suplican un poco más de tiempo para él, aunque no tienen muy claro a quién pedir semejante milagro. El anciano conserva aún sus facultades mentales, no habla pero mantiene sus ojos muy abiertos como si quisiera atrapar con sus pupilas todos y cada uno de los recuerdos que le asaltan para llevárselos en el corazón. Por su expresión de paz se diría que sabe lo que le ocurre y no tiene miedo. El médico que le atiende da orden de que todos abandonen la habitación mientras deposita a los pies de de la cama una bolsa verde donde están guardadas las cosas del enfermo, su ropa, su vieja billetera y sus zapatos. Sólo Mercedes, su mujer, puede quedarse. Están cogidos de la mano. El tacto aún es cálido, los rostros reflejan la tibieza de un amor muy maduro, cada suspiro estalla en los labios del otro. La complicidad hace que reine el silencio, son dos existencias emparejadas desde muy antaño, no necesitan decirse nada, saben que sea donde sea volverán a unirse algún día, como está escrito en sus pieles. De pronto un halo de frialdad invade la estancia. Sembrándolo todo de negro, de muerte.


Quinta,

Marta y Javier siguen fundidos en un sensual abrazo, las piernas de ella sobre el regazo de él, sus bocas dibujan atrevidas siluetas a la luz del atardecer. Sobre el frío banco de granito, como cada día, sueñan con sus destinos empapados en saliva y sudor. A esa hora el parque está desierto. Hasta una manada de fieras pasaría desapercibida. Es invierno, son las seis de la tarde y mientras el resto del mundo se cobija en sus cálidos hogares ellos se refugiarán de nuevo en el calor de sus cuerpos. Cuatro manos, dos almas, dos colores. El blanco de uno y el negro de otro contrastan con el rojo púrpura del ocaso en el horizonte. De pronto irrumpe una voz atronadora, rompiendo el hechizo de la escena, Marta es apresada por un intruso. Todo sucede muy deprisa, alguien acerca un cuchillo al cuello de Javier mientras le sujeta fuertemente del pelo. Ella intenta gritar pero el extraño se apodera bruscamente de sus piernas color miel mientras le tapa la boca. Su novio enloquece de ira consiguiendo tan sólo que la afilada navaja se hunda en su pálida carne. Cae de bruces, se escucha un golpe seco. Mientras la oscuridad impone su ley ambos yacen en el suelo, moribundos. En cuestión de segundos los desconocidos saquean sus carteras. Por unos pocos euros alguien ha truncado para siempre un millón de sueños.


Sexta,

Erin tan sólo tiene seis años pero se diría que sus ojos cuentan sesenta. Refugiado bajo la sombra de un pequeño árbol de la plaza espera para actuar. Es paciente. Sabe que las personas sentadas en la mesa del café pronto cometerán su primer descuido. Un teléfono móvil, un billete dejado como propina, incluso una cajetilla de tabaco rubio le basta. Es experto en el arte de la supervivencia aunque no ha ido a la escuela. Es su estómago el que marca la pauta, pura necesidad, nada premeditado. La cosa se ha puesto complicada últimamente, la pasma acecha en cada esquina de la ciudad. Pero él es más listo y más rápido que ellos, utiliza su mejor arma, su instinto. Como si se tratase de una película de video acelerada a cámara rápida de pronto divisa el dinero en el platillo de la cuenta. La mesa está muy cerca de su escondite. En menos de dos segundos corre, coge el billete y escapa impulsado por el miedo. Bruscamente alguien le agarra por la capucha de su raída chaqueta haciéndole frenar de golpe. Debe tratarse de algún cliente que le ha sorprendido en su pequeño hurto, está furioso y comienza a pegarle muy fuerte hasta que le hace llorar. Cuando otra persona los separa suplicando clemencia para él, se escucha el silbato de la policía. Erin sabe que es lo de menos, lo de más será el castigo de su padre, le dirá que es un inútil.


Séptima,

Los dos muchachos saben que lo que están a punto de hacer no está bien. Pero no tienen la menor intención de echarse atrás. Tienen el móvil a punto y también el dinero. Se acercan lentamente al mendigo, han quedado con él previamente. El hombre sale de sus cartones y extiende su mugrienta mano para que le den su billete, lo necesita, no le importa nada más. Ni siquiera sabe que tiene que hacer, lo único que comprende es que los chicos le arreglarán el día. Pedro saca el teléfono y oprime el botón de grabar. Juan pide al indigente que se coloque de pie y diga su nombre. Él obedece, sonriente. Juan también se ríe, a carcajada limpia comienza a darle patadas en las piernas hasta que cae al suelo. Pedro maneja el zoom con destreza, divertido. Una vez en el suelo la lluvia de golpes es tremenda, una paliza de las grandes. Los amigos lloran de risa. El viejo se cubre asustado la cara, escondiendo su llanto y amortiguando sus gritos de dolor. En el momento en que se abre una brecha en su cabeza se oye a lo lejos la sirena de un coche de policía y gracias a ello Federico salva su vida, se descubre y mira al cielo, su refugio, su único techo. En un banco del patio suena la melodía de un aviso de mensaje. Dentro video. Todos se agolpan para mirar y aunque algunos se lamentan, la mayoría observan, pasivos, complacidos.


Octava,

Las luces de colores la hipnotizan haciéndola sudar de deseo mientras deja en la barra su último billete para cambiar. Al instante veinte relucientes monedas ruedan hacia sus manos. Elvira está temblorosa, no le queda ni un céntimo y no consigue el premio, se lamenta de su mala suerte mientras advierte que todos la observan con lástima. Se da cuenta que aún lleva puestas las zapatillas de ir por casa, bajó a desayunar pero otro apetito más fuerte la hizo olvidar el café con leche. Ahora sabe que no podrá tomárselo, ni hacer la compra, ni nada. Pero sigue instalada frente a aquel monstruo hábilmente iluminado para captar su atención, como si aquella infernal máquina tuviese vida propia y poder infinito sobre su voluntad. Las ruedas enseñan sus apetitosas frutas sin éxito, introduce su último euro desesperada, nada. Después tendrá que volver a mentir a su marido, inventará algún pequeño atraco, como siempre. Es una hábil embustera. De pronto comienza a llorar desconsolada, la asalta la culpabilidad, debería volver a casa para preparar algo de comida. Recuerda entonces que la nevera está vacía desde hace ya varios días a pesar de que aún quedan dos semanas para llegar a final de mes. No le importa, le pedirá de nuevo a la vecina del segundo un plato de su comida para Julián.


Novena,

Sergio tiene treinta y cinco años, una carrera prometedora y un vicio por el que paga un precio muy alto. Pero lo tiene controlado, es un joven ejecutivo y nada escapa a su control. Como cada tarde sale de su despacho para dirigirse a un exclusivo bar de copas, necesita relajarse con buena y selecta compañía femenina. El dinero lo puede todo, o no. El lugar está ubicado en el mejor barrio de la ciudad. Seguro de si mismo y de su imponente visa llama a la puerta. Le hacen pasar amablemente no sin antes asegurarse de su acreditación por medio de una cámara instalada junto al timbre. Tiene reservada la mejor habitación y la mejor chica. Decide esperarla sumergido en el agua burbujeante del jacuzzi, hoy no necesita conversación tan sólo desea placer rápido. La puerta se abre y una imponente rubia se acerca muy despacio. El baño es de mármol negro, insinúa misteriosos encuentros. Destacan sobre el fondo oscuro dos líneas blancas y paralelas la una a la otra, Sergio quiere compartir con ella el delirio. Su cartera está abierta y junto a la tarjeta de crédito empolvada hay un billete perfectamente enrollado para recorrer el camino. La mujer sonríe complacida y se sirve primero, luego el hombre hace lo propio. Cierran los ojos, disfrutan y sangran por la nariz. Ninguno de ellos se da cuenta. Esta vez no habrá retorno.






DÉCIMA,

Nueve historias más una suman diez. Como diez mandamientos incumplidos. Hacen daño. He querido reservar la última para recapitular y de ese modo contarte algo de mí, para que sepas quien es el culpable de alterar tus sentidos. Te diré que soy un alma inerte que desde mi nacimiento he estado viajando de un sitio a otro. Un mudo espectador del sufrimiento sin autoridad para cambiar las escenas del drama. Miles de manos distintas me han tocado, unas más inocentes que otras, dejando su huella en mi carne azul. En ella llevo escrito un nombre, un número de teléfono que nunca se marcó y hasta me dibujaron un corazón sangrante herido por una flecha asesina. Tengo impregnado el aroma de millones de tactos diferentes. Ahora estoy roto y desgastado aunque en otros tiempos, no muy lejanos, fui un billete flamante y nuevo. Sí, eso es lo que soy, un simple billete de veinte euros. Pequeño premio, pasta gansa o dinero maldito, según se mire. Sea como sea mis días están contados, pronto seré sustituido por algún otro, todo se puede cambiar fácilmente cuando se ha convertido en viejo, ¿o no? Como ya te dije en mi presentación no es mi misión convertirme en juez, mi trabajo ha consistido en narrar, nada más, nada menos. Estoy fabricado en serie, no siento ni padezco pues no albergo ninguna cualidad humana. Pero, ¿y el resto de existencias plasmadas en estas páginas? ¿Son solamente vidas de papel? Tú decides.


ANA Mª ARROYO

4 comentarios:

  1. Tus diez relatos de vida a través del hilo conductor del billete de veinte euros son tremendos. Son de un realismo crudo que hacen estremecerse por lo dolorosa que es la existencia, por lo difícil que es en realidad alcanzar la felicidad en este mundo de locos que vivimos y por lo poco que la valoramos en los escasos momentos que casi la rozamos con la yema de los dedos, porque no nos engañemos, no la podemos atrapar. Tus diez relatos también muestran una sociedad en líneas generales muy enferma, más de lo que queremos admitir como integrantes de ella, pues en mayor o menor medida todos, como parte que somos, tenemos nuestra responsabilidad de hacer un mundo más justo donde los fuertes apoyen a los débiles y no se apoyen sobre ellos para hacerse más fuertes.Creo que podría hacerte un comentario mucho más amplio y medido de cada una de las historias de vida que tan bien has relatado, pero pienso que este no es tal vez el momento ni el sitio adecuado. Para finalizar sólo añadiria que un escritor para mí es ante todo un notario de la realidad y no cabe duda que tú amiga Ana lo eres y de las buenas.

    Besos amiga.

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  2. Estoy de acuerdo contigo Acróbata, y ¿sabes qué es lo más triste? Pues que esto lleva escrito unos diez años y seguramente aunque fuesen treinta seguiría estando "de actualidad". Cualquiera de nosotros hoy en día preferimos, la mayoría de las veces, ser espectadores sin más, quizás por una cuestión de impotencia, de costumbre, o de habernos insensibilizado ante tanto dolor ajeno.
    Gracias por tu visita. Me queda mucho, muchísimo para ser escritora pero me gusta como suena. Un abrazo.

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  3. Me ha encantado releerme estas vidas, de todas formas te voy a hacer una crítica, tenias que haber hecho como un amigo nuestro hacía en su mocedad y publicarlas de una en una jijijijiji

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  4. Mira que eres malo... ya recuerdo al amigo en cuestión, jajaaa. Gracias Ángel. Lo tendré en cuenta.
    De todos modos, encantada con tu visita.

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