domingo, 19 de diciembre de 2010

EN LA PIEL DEL PÁRRAFO MADRE...



ÉRASE UNA VEZ...


En un lugar recóndito de mi memoria, una historia que se negaba a ser contada, vetada por los sentimientos extremos y los silencios instalados en cada nudo del alma. Una historia que dice así:


. . .


En el comienzo de mis días, oscurecidos dentro de tu vientre cálido, allá en el lugar donde flota el verdadero amor... ya te sentía mía. Ya me hice sentir tuya. Ya éramos ambas la unión más fuerte que entraña el ciclo de la vida.

Fuimos palpándonos lenta y pausadamente hasta reconocernos con la primera mirada, fundiendo en un segundo dos rostros, dos corazones prendidos; inseparables por el dictamen divino del destino.

La nieve de Noviembre me recibió aquella noche cobijada en el calor de tus brazos, ni el frío, ni el hielo más déspota... osarían despojarme jamás de tu regazo.

Soportaste, comprendiste y supiste estar siempre, día tras día, atenta a mis llantos. Te sorprendió tu madurez atándote a las quejas continuas de aquella pequeña rebelde que fuí, que soy. No sin reproches, no sin protestas, no sin amarguras me fuiste domando, o al menos eso te hice creer, ¡te quería tanto! ¡te quiero tanto! ¡te querré tanto!

Y en un suspiro de veloz sacudida, los días fueron galopando sin descanso, fortificando nuestros lazos, anudando aún más cada momento juntas. Crecía escuchando tus consejos, tus historias vivas, tus palabras esforzadas, tratando de impregnar aquella ansia continua por alzar el vuelo de mi voz, con algo de cordura. Pero en aquellos tiempos mi serenidad era imposible, se rizaba cada vez más en mi pelo, arrebatándote la calma sin maldad pero con constancia ajena y persistente.

Engañada inevitablemente por el reloj todopoderoso sigo a tu lado, afortunada aún de poseer tu grandeza, dichosa por haber heredado tu carácter, tu fuerza, tus ganas. Haciendo como que no veo tu decadencia, no dejándote advertir mis lágrimas (ahora más dolorosas que nunca) sigo tomando tus manos temblorosas, sigo acunándome en tus brazos débiles, sigo besando tus bellas facciones surcadas de sabiduría, sigo y sigo, negándome el miedo a perderte.

Me miro al espejo y estás tú.

Me escucho por dentro y estás tú.

Me observo de lejos y estás tú.

Disimularé el final de esta historia, como siempre, oculta en mi pluma cargada de tu grandeza como mujer. Obviaré el temor al punto y final pensando en hoy, sólo en el valor del ahora, como tú me enseñaste. Dejaré en mis hijos toda tu persona, inculcándoles cada pálpito de tu enseñanza.

Érase y es y eres y serás. Eternamente. La madre más grande. Mi madre. Y no hay final capaz. Y no existe punto que se atreva a posarse en este papel si yo lo impido. Pues soy la que lo escribo y la que conseguirá que estas líneas perduren entre las páginas de un sueño pronto cumplido, absolutamente dedicado a ti y a los desvelos que esta loca bohemia te ha provocado mil veces.

Madre hasta el infinito.


. . .



Contado queda ya nuestro amor, vertidas las letras en un orden ilógico y tembloroso, más tres sílabas hermosas por añadidura, TE QUIERO.

-SIN FIN-

4 comentarios:

  1. Ana te aseguro que estoy siguiendo todos estos escritos y me han emocionado hasta las lágrimas, ya no están conmigo, en Agosto en este frío agosto dejé de tenerla a mi lado y es dificil muy dificil porque esa raiz me duele cada segundo.

    Un beso muy grande y mi cariño

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  2. ¡Te entiendo y te abrazo Ana! No dudes ni un instante en que están y estarán siempre contigo, con nosotras, en nuestros corazones.
    Gracias por tu visita y un besazo cálido e inmenso para ti corazón.

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  3. Leerte este pedazo de alma aquí hecho poesía de vida es un lujazo, si tus letras llegan tan adentro es presisamente por eso, porque te salen muy de dentro, esos sentimientos los descarnas y los haces letras.....que fácil suena decirlo y que difícil es hacerlo.

    Un gran abrazo y Felices FIestas para ti y para los tuyos Ana.

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  4. LLego tarde para felicitarte las fiestas pero no para enviarte un fuerte abrazo. Gracias.

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