
Hojas amarillentas y letras hermosas ataviadas con el arte de la pluma y el tintero han puesto sobre mi alma tu persona. Y aunque el vínculo sanguíneo y el pálpito de mi corazón fueron instantáneos y hermosos cuando mis labios te pronunciaron en un susurro, siento que tu lejanía ha de ser nuestro nuevo amor. Deseo el encuentro de nuestras vidas que no voy a calificar jamás de imposible puesto que soy y seré una tejedora de sueños inalcanzables y te he soñado noche a noche desde la cálida A que gobierna tu nombre, al igual que el mío.
Destilas en mí sensaciones tremendamente cautivas, reminiscencias de vida encadenada por la oscuridad. Días de épocas lejanas, intrínsecamente nacidos para el sufrimiento. Horas ajenas a tus deseos más queridos, obligados a permanecer a la sombra de un cautiverio de pobreza y duros trabajos de mujer que la historia cruel no ha sabido valorar y admirar como merecen.
Has traido a mi mente casas vestidas de cal hiriente y mortal, calles sin la luz de la esperanza, suelos fríos y húmedos, tejados cubiertos de nieve desagradecida y recuerdos de un pasado que nunca debí abandonar tanto tiempo.
No es demasiado tarde.
Yo te prometo, Andrea, desentrañar cada recodo de nuestra distancia, recuperar tus anhelos y conseguir que tu piel sienta el roce tibio del mar en cada poro donde tuvo que resecarse tu alegría.
Nos conoceremos, nos amaremos, nos entenderemos y permanecerás ya para siempre conmigo. No volverás a temerle jamás a la soledad.
Amada bisabuela de nombre aterciopelado, te quiero.