lunes, 25 de abril de 2011

SÍ...





En
la
bruma
de
tu
piel
existe
un
secreto
aún
por
descubrir...

...
...
...

miércoles, 13 de abril de 2011

SOY... TU LIBERTAD




Quiero convertirme en palabra.
¡Déjame ser leída!
Insistiendo en el tono
antes vestido
de blanco inmaculado.

Que tu voz escriba mi nombre
mientras tinta y verso se aman
heridos de poesía derramada...
henchida de locura
brotando de tus labios.

¡Dime poeta!
Grave y cálida tal cual
me concibes.
Enlazada en las rimas
del corazón
que adviertes.

¡Se atrevido!
¡Hazme verbo!
En cada acción que tus trazos hallen
estaré yo, inevitable, presente.

Y subiré al cielo de tus musas
y rendiré mi cuerpo a tu ternura
y seré toda para ti.

¡Escríbeme ahora!
Soy ...
tu libertad.

domingo, 10 de abril de 2011

PALABRAS... (Recordándome)





¿Cuál sería el mejor comienzo? ¿Dónde está el principio ideal de esta mi historia jamás narrada?, se repite como una rutina empalagosa, comienza con el alba y acaba al anochecer, durante la oscuridad levemente se adormece pero sale de su letargo de paz una y otra vez, cada nuevo día.

¿Acaso sería preferible dejarla hacer a su antojo y no darle aún más vueltas? ¿Podría olvidarla?
.
Y ya que no pudo empezar de otro modo, ¿cómo reparar el daño? Creo que no se puede curar. Algunas veces, muy pocas, siento que casi se ha difuminado el dolor y podría jurar incluso que el temor me ha abandonado ya por fin, para probar a hacer su nido en otra alma fácil, pero me miento a mi misma. En realidad sólo se ha escondido, agazapándose como una sombra negra detrás de mi cuello mientras susurra a mis oídos aquellas voces fantasmales que no puedo soportar sentir, él hace que se instale el vértigo en mi nuca de nuevo mareando mi cordura.

¡Quiero escaparme! Volar libre sobre alturas infinitas, trepar a lugares que sólo yo se distinguir, escalando nubes llenas de rimas, navegando por mares de leyendas sin timón ni rumbo fijo, tan rápido como mi imaginación me lleve, acompañada por el áspero sonido que produce la punta del bolígrafo en el blanco papel de mis escritos y guiándome, eso sí, por el rastro sublime de tinta que hace el resto. Hace que brote ese hormigueo en mi ombligo, ese desasosiego poseyéndome hasta que consigo escupir mi ira en forma de palabras cogidas de la mano.

El final no está aún decidido, ni si quiera se si hay verdaderamente un Dios bondadoso esperándome. Pero si se que este secreto nació conmigo, en el mismo instante en que desperté a la vida, abriendo conmigo los ojos hacia la luz. Y aún sigue aquí en algún rincón. Ha crecido silencioso y ha madurado como yo, me ha acompañado siempre fiel aunque a veces no lo he mimado lo suficiente, olvidándolo durante muchos, muchos días.



Nunca más dejaré que se encoja en mi interior. Quiero alimentarlo hasta que grite tan alto que todos se queden sordos. Quiero desempolvar todos mis sueños de la niñez a bordo de mi bolígrafo velero para alejarme de ese pozo de negrura que alguna vez quiso aniquilarlo y casi lo consigue. No cesaré hasta que hierva en mis adentros todo su fuego.

Es lo más puro que tengo, mi manera de escribir, de contar. Las historias, los versos. Llevamos demasiados años juntos y nunca jamás consentiré que unas cuantas lágrimas se conviertan en un reto a muerte. Repetido o no, este es el relato de mi existencia y está esculpido en mi carne.

¿Sabes? Ahora la monotonía no está invitada. Cada despertar tiene un tono de rojo distinto, pues ese es mi color favorito.

¿El final? ¿A quién le importa? Lo divertido es crear el presente cada mañana.

¿Miedo? Esa palabra queda tan lejos que no me puede ya herir.

¿Palabras? Todas están nadando en mi sangre, recorren mis venas y fluyen rápidas hasta mis dedos para quién las quiera sentir.

sábado, 9 de abril de 2011

HERMANAS...





Como surgidas de un sueño inacabado, aparecen ante mis ojos imágenes confusas. Crecen y cobran nitidez hasta que la claridad del presente me convence de su existencia. Y ahí, en ese punto, las rememoro, las saboreo, las añoro. Son tuyas y mías, recuerdos de una niñez compartida.

Tardes de guerra y riñas bajo un sol abrasador. Noches de paz cubiertas por pesadas mantas, que a pesar de su cálido cobijo, ni una sola vez, consiguieron librarnos de nuestros miedos. Siestas atacadas por la risa cuando se suponía que debíamos estar muy calladas, ante la atenta vigilancia de nuestra madre.
Cenas a la luz de la luna con sabor a pan moreno, mientras los celos peleaban dentro de nuestros vasos de gaseosa burbujeante, en una batalla sin final.

Y hoy, de pronto, aquella película en blanco y negro ha cobrado un color diferente, pintada por los distintos caminos que han guiado nuestras vidas.

En un segundo he descubierto, que aquello que soñé ha sido vivido, que lo irreal ha sucedido y me invade una dicha enorme al descubrir que forma parte de mi infancia en tu compañía.

Mi madurez me ha sorprendido, al igual que a ti. En algunas ocasiones acontecimientos dolorosos nos han unido, en otras muchas la felicidad nos ha hecho llorar abrazadas de nuevo. Nuestros hijos llevan escrita en su sangre una pequeña parte nuestra (aunque quizás hoy no lo valoren) pero te juro que no cesaré en mi empeño de fomentar entre ellos que no hay nada más importante en la vida que el amor. Como el que yo siento y sentiré siempre hacia ti.

Querida hermana mayor, querida amiga mía, no llores, tan solo déjate invadir por la alegría de tenernos, de conocernos.

Pero sobre todo, quiéreme siempre, que yo también te quiero.





SI...

Si el desenfreno me permitiese...
ahogar el rumor de los poetas...
dejar en vano el alma de la rima...
sesgar el límite inspirado
de la melodía de una letra.

-Lo haría-

Si de ti pudiese quedarme para mí...
el rumbo de los dedos melodiosos...
el vértigo desleal que me acaricia...
el sórdido minuto que no sabe
de este conjunto de días.

-Lo haría-

Si de la sed conjugada en plurales...
Si del tiempo imperfecto e inacabado...
Si de cada persona de mi piel en deuda
lograse enjaular el ritmo indecente.

-Ya serías mi poesía-

viernes, 8 de abril de 2011

Y AHORA...



¿Dónde sujeto mis sueños?

¿Cómo me desenredo de los hilos que enhebran macabros el final de la sonrisa?

¿En qué rincón de la memoria escondo mi fragilidad?

¿Qué hago para soltar tu mano sin caer en el abismo del miedo?

¿A qué me atengo si no puedo obviar tu llanto silencioso?

¿Por qué pregunto?

¿De qué sirve desnudar el alma?

¿Con qué sentido estrangulo los límites del pudor?



Mi casa blanca está ahogada en silencio, vacía e inerte, plagada de oscuridad y velando recuerdos de días que ya no volverán jamás.

Paredes encaladas, mortalmente blanquecinas, vienen a despellejar mi serenidad. Acuden de noche, me dejan retazos de pasado, me muestran sonidos de viento dulce y calor de madre.

Pasillos profundos mojados de terrores añejos me atosigan a voz en grito, traen fantasmas que llevaban mucho tiempo enterrados.

Resurrecciones de nudos fuertemente atados en mi estómago que provocan arcadas de profundo asco hacia el destino.



No busco respuestas.

No sé quién me dicta.

No importan nada estas letras, si no soy capaz de digerir el día a día.

No hay vergüenza que venza a las terribles noches que nos aguardan.

Y no.

No me importa seguir mimando tus historias.



Ahora...

miércoles, 6 de abril de 2011

UN ÚNICO ACTO... (Recuperado y redescubierto)







Se levanta el telón. El escenario está apenas iluminado, tan sólo una finísima y brillante línea vertical cae en picado hasta aterrizar sobre su pelo. Otorga a sus rasgos un aspecto fantasmal. Destacan las manos pálidas y temblorosas. Sus ojos miran al vacío. Cuando comienza a hablar, el sonido de sus palabras se dirige justo hacia allí, a la negrura.



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MUJER:

Siempre lo supiste todo, durante dos años fuiste consciente de cada una de mis penas, de mis escasas alegrías, de cientos de desvelos. Y no me ayudaste jamás. Ni tan siquiera una insignificante mueca de complicidad, ni una triste palmadita en la espalda, nada. Cada mañana te limitaste a asentir si yo lo hacía y a negar también. Cada día nefasto contemplabas impasible mis lágrimas. Nunca obtuve de ti la más mínima señal de ayuda; tanto como te necesitaba. ¿Cómo pudiste ser testigo mudo de mi agonía? ¿Tampoco esta vez vas a pedirme perdón?

Tal vez toda la culpa sea mía por confiar en ti. Pensé que si me seguías incondicionalmente, eras mi amiga. Creí, erróneamente, que me querías tanto como yo a ti, que el nuestro era un sentimiento de mutua dependencia. Que el tuyo era un acto de amistad sincera al fin y al cabo. ¡Me equivoqué! ¡De todas, todas! Ahora, ya, comprendo que nunca debí entregarte mi alma; tendría que haber separado nuestros caminos a tiempo. Aunque nunca es tarde y este es el día elegido. ¿No te parece un momento perfecto?

Ha sido duro, muy duro, descubrir que eres una traidora infame. Dentro de mis tripas aún quedan resquicios de sabor amargo; se retuercen y me devoran por dentro, luego suben a mi garganta y me obligan a escupir mi dolor en forma de aullidos. Tú los oías, los sentías retumbar en tus tímpanos y aún así no hacías nada para calmarme, ni si quiera me aliviabas con un mísero beso. Eres la compañera más cruel de este mundo, la más oscura. ¿Lo sabes?

Debería indignarte, has vivido conmigo cada terapia, cada cabello que quedaba muerto en mi peine y se desprendía sin piedad podría haberte pertenecido; incluso me ayudaste a elegir un pañuelo para cubrir mi desnuda cabeza el día que perdí el último mechón. Parecía que lo escogías para ti misma, pero en estos momentos ya no creo que fuese así. Más bien pienso que lo hacías para confundirme. Sí. Me hiciste creer que estabas ahí, a mi lado, pero era puro cuento. Sin compromiso auténtico.

El fatídico día en que me arrebataron mi dulce pecho izquierdo, aquel que tantas veces acariciamos juntas para descubrir los latidos de mi corazón, fue como si lo hubieras perdido tú. Y aquella noche, ¿la recuerdas? La comida no conseguía entrar a mi estómago y hasta me pareció que a ti también te daban arcadas. Después, la madrugada, la pasamos en vela sin conseguir que se me despertaran las manos. Ahí casi pude sentir que me masajeabas dulcemente con las yemas de tus dedos. No puedo derramar ni una lágrima más. No quiero. ¡No!


Ya no soporto ni un pedazo más de tu compasión. No la necesito. Actúes como actúes pienso luchar. Voy a abandonarte de una vez, ya lo verás, conseguiré echarte de mí para siempre. Encontraré una amiga de verdad, dulce, distinta. Tú llevas a mi lado toda la vida, me cobijé en tus brazos larguísimos con una fe ciega. Porque cuando me abatía la tristeza eras la única a la que sentía próxima. Porque incluso a mi familia olvidé por tus fríos labios de hielo. Y recibí a cambio tu absoluta indiferencia.

Es tu final. Bañada por esta luz que te empequeñece, situándote justo bajo mis pies, donde te estoy aplastando sin piedad. La misma que ilumina mi melena radiante y nueva, crecida poco tiempo después de concluir mi agonizante tratamiento. Quiero que la veas brillar, para que te horrorices al pensar que de la tuya jamás surgirá destello alguno, pues hoy verdaderamente distingo que estás condenada a lo oscuro. Mi tortura ha terminado, de momento, y este haz de luz es el símbolo de mi renovada esperanza. A partir de ya, voy a ignorarte. ¡Maldita! Sentirás tú misma el terror, ahora, en tu carne negra. Te condeno al olvido, da igual que me persigas de nuevo, que me acompañes día y noche. Te haré desaparecer a mi antojo con sólo un gesto, apagar esta preciosa luz, para que te encuentres perdida. Y ya no serás nadie. ¡Morirás!

Termina nuestro eterno idilio. La fuerza y la lucha son mis nuevas amigas. ¡Horrible sombra vestida de oscuridad! Amante de hielo. Silueta perfecta de mí misma. Debes saber que puedo vivir sin ti. Que soy capaz de hacerte pedazos. En un único acto.


SOMBRA:

Silencio



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El escenario queda a oscuras. Se baja el telón.

domingo, 3 de abril de 2011

Recuperando letras pasadas...





VIDAS DE PAPEL…




Seguramente uno debiera tomar conciencia de quien es en realidad,
encontrar el claro motivo de su existencia y saber reconocer sus limitaciones mientras la vida corre en su contra.

Y yo lo he intentado cada día sin éxito.

Me han superado los hechos e involuntariamente he atrapado vivencias ajenas convirtiéndolas en propias, disfrutándolas o sufriéndolas como un mero espectador.

Y es así como voy a intentar contártelas, sin juzgar los hechos.


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Primera,

Susana sube al ascensor mientras todavía siente en su boca el sabor amargo de la despedida. Son las dos de la madrugada y sabe que no volverá a verle jamás, no quiere que sus padres la vean llorar ni mucho menos que se enteren de la hora de su llegada, así que contiene el aliento y se quita las botas. Millones de minúsculos granitos de arena caen al suelo del rellano esparciendo cada recuerdo allí donde pasará desapercibido a los ojos de los demás. Entra en su casa de puntillas, con el sigilo de un felino. Se dirige al cuarto de baño, todo sigue tranquilo, nadie la ha oído. Del armario saca un frasco color miel cuyo contenido conoce desde hace mucho, con la ayuda de un poco de agua comienza a tragar una tras otra las pastillas hasta que no queda ni una. Cierra los ojos, se sienta sobre el borde de la bañera y saca de su bolsillo la foto de Carlos, quizás con un poco de suerte el dolor que le produce aquel rostro desaparecerá para siempre. A los pocos minutos nota como sus músculos se adormecen, no teme, tan sólo espera. Y es entonces cuando todo se oscurece cayendo en un sueño eterno, no puede ya pensar, se ha marchado. En el suelo descansa una foto y un billete de veinte con un número escrito.



Segunda,

Marquitos vuelve a su cama, mamá ha intentado calmarle una de sus pesadillas contándole un cuento de príncipes valientes pero no es suficiente para que llegue el sueño. Da vueltas entre las sábanas intentando que no se difumine el recuerdo del aroma de mamá,, sin moverse demasiado deprisa. A sus diez años sufre de terrores nocturnos, le asaltan con una realidad aterradora. Casi podría jurar que los ha vivido si no fuera porque mami siempre le convence de lo contrario. Intenta tranquilizarse y pensar en algo bello arrastrándolo con cuidado hasta su descanso. Sabe que los pensamientos hermosos son tan frágiles que pueden romperse al mínimo descuido. Que a veces la realidad se ocupa de flagelar cada rincón del cuerpo haciendo que brote el dolor, por eso se ha convertido en un niño precavido. Cada noche ocupa mucho tiempo antes de dormir en atrapar cosas buenas para soñarlas. Esta vez se siente más intranquilo que nunca, sospecha el motivo, volverá a recibir esa visita asquerosa, aunque mamá no le crea. Aprieta fuertemente sus párpados, pero es inútil. En el instante en que se deja vencer por el cansancio, se abre la puerta de su cuarto muy despacio. Alguien deja la cartera y la ropa en la silla, sobresale un billete arrugado.



Tercera,

Samara guarda los veinte euros rápidamente en su bolso, siempre cobra por adelantado. Sabe por experiencia que nadie es de fiar y aunque esta es una buena noche, ha aprendido a cobijar el recelo como su amigo inseparable de trabajo. El servicio será rápido, lo de siempre. Urgencia de carne y apretones de alma. Nada nuevo. Experta en el arte del engaño esconde el preservativo en su sujetador, casi nunca se lo quita, le basta con bajarse los tirantes, no hay tiempo de mucho más. Es entonces cuando empieza a escuchar las palabras malsonantes que en los primeros días le hacían tanto daño, las ignora recordando su canción favorita mientras el olor a sudor le provoca un asqueroso sentimiento. Así que intenta aislarse galopando sin destino fijo, tan sólo conservando el ritmo frenético requerido para la ocasión. Cierra los ojos y sigue cantando mentalmente. Procura mantener el compás levantando mucho la cabeza para no acercarse a ese aliento fétido que la marea. El tema concluye antes de lo que esperaba, baja veloz del coche y respira grandes bocanadas de aire fresco. De pronto la sorprenden las lágrimas surcando su cara, pero las enjuga cuando otro vehículo desesperado frena bruscamente ante su cuerpo mientras una voz anónima pregunta, ¿cuánto?



Cuarta,

Rafael y sus ochenta años de vida ajetreada reposan sobre la cama de un hospital, a su alrededor toda su familia le mira formando un círculo protector. Todos callan, meditan y suplican un poco más de tiempo para él, aunque no tienen muy claro a quién pedir semejante milagro. El anciano conserva aún sus facultades mentales, no habla pero mantiene sus ojos muy abiertos como si quisiera atrapar con sus pupilas todos y cada uno de los recuerdos que le asaltan para llevárselos en el corazón. Por su expresión de paz se diría que sabe lo que le ocurre y no tiene miedo. El médico que le atiende da orden de que todos abandonen la habitación mientras deposita a los pies de de la cama una bolsa verde donde están guardadas las cosas del enfermo, su ropa, su vieja billetera y sus zapatos. Sólo Mercedes, su mujer, puede quedarse. Están cogidos de la mano. El tacto aún es cálido, los rostros reflejan la tibieza de un amor muy maduro, cada suspiro estalla en los labios del otro. La complicidad hace que reine el silencio, son dos existencias emparejadas desde muy antaño, no necesitan decirse nada, saben que sea donde sea volverán a unirse algún día, como está escrito en sus pieles. De pronto un halo de frialdad invade la estancia. Sembrándolo todo de negro, de muerte.


Quinta,

Marta y Javier siguen fundidos en un sensual abrazo, las piernas de ella sobre el regazo de él, sus bocas dibujan atrevidas siluetas a la luz del atardecer. Sobre el frío banco de granito, como cada día, sueñan con sus destinos empapados en saliva y sudor. A esa hora el parque está desierto. Hasta una manada de fieras pasaría desapercibida. Es invierno, son las seis de la tarde y mientras el resto del mundo se cobija en sus cálidos hogares ellos se refugiarán de nuevo en el calor de sus cuerpos. Cuatro manos, dos almas, dos colores. El blanco de uno y el negro de otro contrastan con el rojo púrpura del ocaso en el horizonte. De pronto irrumpe una voz atronadora, rompiendo el hechizo de la escena, Marta es apresada por un intruso. Todo sucede muy deprisa, alguien acerca un cuchillo al cuello de Javier mientras le sujeta fuertemente del pelo. Ella intenta gritar pero el extraño se apodera bruscamente de sus piernas color miel mientras le tapa la boca. Su novio enloquece de ira consiguiendo tan sólo que la afilada navaja se hunda en su pálida carne. Cae de bruces, se escucha un golpe seco. Mientras la oscuridad impone su ley ambos yacen en el suelo, moribundos. En cuestión de segundos los desconocidos saquean sus carteras. Por unos pocos euros alguien ha truncado para siempre un millón de sueños.


Sexta,

Erin tan sólo tiene seis años pero se diría que sus ojos cuentan sesenta. Refugiado bajo la sombra de un pequeño árbol de la plaza espera para actuar. Es paciente. Sabe que las personas sentadas en la mesa del café pronto cometerán su primer descuido. Un teléfono móvil, un billete dejado como propina, incluso una cajetilla de tabaco rubio le basta. Es experto en el arte de la supervivencia aunque no ha ido a la escuela. Es su estómago el que marca la pauta, pura necesidad, nada premeditado. La cosa se ha puesto complicada últimamente, la pasma acecha en cada esquina de la ciudad. Pero él es más listo y más rápido que ellos, utiliza su mejor arma, su instinto. Como si se tratase de una película de video acelerada a cámara rápida de pronto divisa el dinero en el platillo de la cuenta. La mesa está muy cerca de su escondite. En menos de dos segundos corre, coge el billete y escapa impulsado por el miedo. Bruscamente alguien le agarra por la capucha de su raída chaqueta haciéndole frenar de golpe. Debe tratarse de algún cliente que le ha sorprendido en su pequeño hurto, está furioso y comienza a pegarle muy fuerte hasta que le hace llorar. Cuando otra persona los separa suplicando clemencia para él, se escucha el silbato de la policía. Erin sabe que es lo de menos, lo de más será el castigo de su padre, le dirá que es un inútil.


Séptima,

Los dos muchachos saben que lo que están a punto de hacer no está bien. Pero no tienen la menor intención de echarse atrás. Tienen el móvil a punto y también el dinero. Se acercan lentamente al mendigo, han quedado con él previamente. El hombre sale de sus cartones y extiende su mugrienta mano para que le den su billete, lo necesita, no le importa nada más. Ni siquiera sabe que tiene que hacer, lo único que comprende es que los chicos le arreglarán el día. Pedro saca el teléfono y oprime el botón de grabar. Juan pide al indigente que se coloque de pie y diga su nombre. Él obedece, sonriente. Juan también se ríe, a carcajada limpia comienza a darle patadas en las piernas hasta que cae al suelo. Pedro maneja el zoom con destreza, divertido. Una vez en el suelo la lluvia de golpes es tremenda, una paliza de las grandes. Los amigos lloran de risa. El viejo se cubre asustado la cara, escondiendo su llanto y amortiguando sus gritos de dolor. En el momento en que se abre una brecha en su cabeza se oye a lo lejos la sirena de un coche de policía y gracias a ello Federico salva su vida, se descubre y mira al cielo, su refugio, su único techo. En un banco del patio suena la melodía de un aviso de mensaje. Dentro video. Todos se agolpan para mirar y aunque algunos se lamentan, la mayoría observan, pasivos, complacidos.


Octava,

Las luces de colores la hipnotizan haciéndola sudar de deseo mientras deja en la barra su último billete para cambiar. Al instante veinte relucientes monedas ruedan hacia sus manos. Elvira está temblorosa, no le queda ni un céntimo y no consigue el premio, se lamenta de su mala suerte mientras advierte que todos la observan con lástima. Se da cuenta que aún lleva puestas las zapatillas de ir por casa, bajó a desayunar pero otro apetito más fuerte la hizo olvidar el café con leche. Ahora sabe que no podrá tomárselo, ni hacer la compra, ni nada. Pero sigue instalada frente a aquel monstruo hábilmente iluminado para captar su atención, como si aquella infernal máquina tuviese vida propia y poder infinito sobre su voluntad. Las ruedas enseñan sus apetitosas frutas sin éxito, introduce su último euro desesperada, nada. Después tendrá que volver a mentir a su marido, inventará algún pequeño atraco, como siempre. Es una hábil embustera. De pronto comienza a llorar desconsolada, la asalta la culpabilidad, debería volver a casa para preparar algo de comida. Recuerda entonces que la nevera está vacía desde hace ya varios días a pesar de que aún quedan dos semanas para llegar a final de mes. No le importa, le pedirá de nuevo a la vecina del segundo un plato de su comida para Julián.


Novena,

Sergio tiene treinta y cinco años, una carrera prometedora y un vicio por el que paga un precio muy alto. Pero lo tiene controlado, es un joven ejecutivo y nada escapa a su control. Como cada tarde sale de su despacho para dirigirse a un exclusivo bar de copas, necesita relajarse con buena y selecta compañía femenina. El dinero lo puede todo, o no. El lugar está ubicado en el mejor barrio de la ciudad. Seguro de si mismo y de su imponente visa llama a la puerta. Le hacen pasar amablemente no sin antes asegurarse de su acreditación por medio de una cámara instalada junto al timbre. Tiene reservada la mejor habitación y la mejor chica. Decide esperarla sumergido en el agua burbujeante del jacuzzi, hoy no necesita conversación tan sólo desea placer rápido. La puerta se abre y una imponente rubia se acerca muy despacio. El baño es de mármol negro, insinúa misteriosos encuentros. Destacan sobre el fondo oscuro dos líneas blancas y paralelas la una a la otra, Sergio quiere compartir con ella el delirio. Su cartera está abierta y junto a la tarjeta de crédito empolvada hay un billete perfectamente enrollado para recorrer el camino. La mujer sonríe complacida y se sirve primero, luego el hombre hace lo propio. Cierran los ojos, disfrutan y sangran por la nariz. Ninguno de ellos se da cuenta. Esta vez no habrá retorno.






DÉCIMA,

Nueve historias más una suman diez. Como diez mandamientos incumplidos. Hacen daño. He querido reservar la última para recapitular y de ese modo contarte algo de mí, para que sepas quien es el culpable de alterar tus sentidos. Te diré que soy un alma inerte que desde mi nacimiento he estado viajando de un sitio a otro. Un mudo espectador del sufrimiento sin autoridad para cambiar las escenas del drama. Miles de manos distintas me han tocado, unas más inocentes que otras, dejando su huella en mi carne azul. En ella llevo escrito un nombre, un número de teléfono que nunca se marcó y hasta me dibujaron un corazón sangrante herido por una flecha asesina. Tengo impregnado el aroma de millones de tactos diferentes. Ahora estoy roto y desgastado aunque en otros tiempos, no muy lejanos, fui un billete flamante y nuevo. Sí, eso es lo que soy, un simple billete de veinte euros. Pequeño premio, pasta gansa o dinero maldito, según se mire. Sea como sea mis días están contados, pronto seré sustituido por algún otro, todo se puede cambiar fácilmente cuando se ha convertido en viejo, ¿o no? Como ya te dije en mi presentación no es mi misión convertirme en juez, mi trabajo ha consistido en narrar, nada más, nada menos. Estoy fabricado en serie, no siento ni padezco pues no albergo ninguna cualidad humana. Pero, ¿y el resto de existencias plasmadas en estas páginas? ¿Son solamente vidas de papel? Tú decides.


ANA Mª ARROYO